El tejedor
Se despertó envuelto en un cálido manto de oscuridad. La quietud le abandonó, y el parpadeo de sus ojos se convirtió en un sin cesar, ansiando dilatar las pupilas para absorber cualquier halo de luz. El sosiego volvió a alcanzarlo al vislumbrar, en la esquina de la, ¿habitación?, una pequeña y tambaleante llama que, lentamente, acababa con unos tímidos troncos que apenas le saciaba. Sintió la imperiosa necesidad de acercarse a esa pretenciosa fuente de calidez y claridad. Torpemente comenzó a incorporarse, trató de averiguar el recorrido a seguir. Temeroso, no se atrevía a tomar una dirección. ¿Dónde estás? Imaginaba grandes abismos a ambos lados, pequeños y suntuosos senderos llenos de obstáculos insalvables, llegó, incluso, a pensar en la imposibilidad de caminar. “Debes de llegar”, escuchó. Fue como si la brisa de un aire fugaz hubiera susurrado tales palabras. “Llegarás”, espetó de nuevo el mismo viento que consiguió auparlo a dar el primer paso. Avanzó. Caminaba. No sabía por...