Pensamientos y Pasiones


La escarcha mañanera ya hiela los campos. Fuera, es invierno y el frío azota sin piedad mis mejillas. Dentro, es verano y el Sáhara pasea por mis entrañas. En semejante vaivén de contrastes se debaten mis pensamientos, a veces aletargados y otras inquietos. Cavilaciones que pasan a convertirse en sentimientos, rendidas ante el calor que derrite el más extremo de los fríos. Pasiones que llegan a ser pesadas cargas sobre mis hombros pero que, sin embargo, con ganas y tesón me encaro a soportarlas. No, no soy Atlas soportando la esfera del mundo, tampoco soy el airado Hermes, más bien me parezca a un soñador Ícaro empujado tiernamente por Dédalo. Dejar volar mi mente sin acercarme demasiado al sol se convierte en un placer inigualable. Volar, volar. Y chocar. Como si de una bofetada se tratase, el viento me devuelve a la realidad. Estoy lejos del Olimpo. Sentado sobre una dura y fría roca. Incómodo. Igual el lecho de hojas de pino resecas sirvan mejor de asiento. Pinos, cuántos pinos hay a mi alrededor. Huele a tomillo, a romero, de vez en cuando asoma tímidamente un lirio. Majestuoso manto el que me arropa. “Mis hijos, sus sudores y los míos, la aman” me atrevería a rescatar de mis pensamientos mientras mis ojos no paran de mirar las alas enceradas. “Las nubes tapan el sol” me digo a mi mismo, intentando convencerme de que es el momento de partir. Decidido, me levanto. Me enfundo las alas. Con paso firme me dirijo al punto más elevado, lejos de las ramas traicioneras de los pinos. Aquí arriba las nubes pasan a formar una intensa neblina que me impide ver más allá de mis manos. Desenfundadas las alas, y las esperanzas, busco acomodo. Ha sido una larga caminata hasta aquí arriba. Intento que descansen mis piernas mientras me dispongo a batallar con mis adentros. Otra vez. ¿Por qué deberé de tener yo semejantes cavilaciones? Sería más fácil que me decantase por cosas más mundanas. Normales. Que no hagan que cuando salga a la intemperie mis manos se pongan moradas por el frío mientras que en mi interior parece estar alojado el mismísimo Hades por aquello del calor.  Llueve….


Disculpa. He tenido que parar de escribir, las gotas saladas pretendían estropear mi cuaderno. Mis puños a modo de paraguas han conseguido parar el monzón. Por fin te vuelvo a ver, han pasado solo unos segundos pero, es de locos, te he echado de menos. Eres mi arma y mi escudo. Casi me gana el frío, luego el calor. Eterna batalla. ¡Oh!, alma cándida, aquí estás. No, no eres el sol que se abre paso a través de las nubes con complejo de niebla. Tampoco eres el arcoíris que tímidamente asoma por encima de las copas de los pinos. Es más que eso. Es la razón de mis pasiones, de mis desvelos y sueños. Ya asomas, lleno de orgullo, erguido e imponente, debajo de mi mirada. ¿Por qué te empeñas en tenerme en constante guardia? Necesito que me lo digas. Podría dejarte plantado ahora mismo, volaría lejos de ti para siempre. Pero no, sabes que no lo haré. Rompo mis alas enceradas por ti, por ella, por él, por ellos y por ellas. Las destrozo incluso por mis desconocidos pero que a la vez son aquellos que guardas con recelo entre tus brazos. No sé por qué te empeñas en darme la espalda. Quizás no sea el momento de enfrentarme a ti. Si, mejor déjate ocultar entre las nubes otra vez. Huye. Corre, más puedo correr yo. Sin embargo, por mucho que decida alejarme de ti, tú siempre estarás en mi estela. Lo siento, pero ha llegado la hora. Debo de bajar de tu techo, el descenso se hará aun más tedioso si me coge la noche. Encararé el camino sin perderte de vista. Algún día estaré aquí de nuevo presto a la batalla. Pero por hoy es suficiente. Ha sido un día largo y agotador, pero no por ello menos provechoso. Por fin me atrevo a decir que estoy en paz con mis pensamientos, convertidos en pasiones. Unos pensamientos y pasiones que son y serán tuyos y tuyas. No importa que no estés preparado todavía. Te seguiré anhelando. De momento, dejaré las alas de Ícaro para mecerme en las de los hermanos Wright. Pero tranquilo, volveré, como siempre, por ti.

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