Hyperión
Asoma, en el cielo de la tierra de
las frágiles oportunidades, de manera imponente y con una abrumadora
majestuosidad, sacando pecho y henchido de orgullo, Hyperión. Quién en sus
inicios fuese una humilde semilla que, ahogándose bajo tierra, saliese a la superficie
para ver como Helios pasea al sol, se ha convertido a día de hoy en el ser vivo
más alto del mundo, 115 metros de altura, dejando detrás a las demás sequoias y
a quien osase interponerse en su camino a la gloria. Todas sus congéneres
ostentan récords de altura. Sólo Hyperión alcanza a pegar en las puertas del
Olimpo. Puertas que se alejan del ser humano. "El hombre es bueno por
naturaleza" se atrevía a pronosticar Rousseau. Buenaventura que queda
varada en los confines del mundo de las ideas platónico. Mientras, una segunda
sentencia baja al mundo sensible: "El hombre nace libre, pero en todos
lados está encadenado". Desde los confines de nuestras almas
parecemos estar atados, agobiados y agonizantes ante la impasibilidad. Nuestra
propia pasividad. Temerosa rival que hunde al ser humano. Asistimos anonadados
a un terrible teatro en el que nosotros somos los títeres. Abrazamos con ahínco
aquello que, según el orden, nos viene instaurado. Nacer, crecer, estudiar,
tener un trabajo, vivir, sobrevivir, ser un cliente; consumir. Aturdidos,
seguimos el camino. Baboseamos por las sendas impuestas. Pastamos en los cercos
establecidos. ¡Oh insaciable pasividad! Nos sepultas lejos de la más básica
ética, moralidad y conciencia de lo común. Nos vendas los ojos, nos taponas los
oídos, nos atas las manos y nos cierras la boca. Somos semillas de sequoias
encarceladas entre nuestras propias rejas. No nos dejamos salir a la
superficie. Hasta que no rompamos con nuestras ataduras no vamos a poder llegar
al Olimpo de Hyperión. Templo presidido por la corresponsabilidad
ciudadana-política. Allá donde el poder económico se subordina a la sociedad
civil y a la política. Allá donde el ser humano se libera y alcanza su
naturaleza, alejado del individualismo, del egoísmo, del consumismo, del
borreguismo y de su propia clientelización. Auto-exigirnos para
ser capaces de exigir el necesario cambio para que no existan sequoias de
primera y de segunda.
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