Hoy he decidido levantarme un poco antes, no se siquiera sí los tímidos primeros rayos de luz del ansiado alba empiezan ya a despuntar por algún horizonte. Ha sido una larga noche, extraña y repleta de pesadillas. Es un alivio estar ya despierto, lejos de aquellos que quieren comerse mis sueños e inundar mis descansos de penumbras. Al lavarme la cara, y terminar de espabilarme, se me ha escapado una leve sonrisa, con complejo de suspiro desesperanzado, pero una sonrisa. Ni el agua consigue borrar de mi gesto la preocupación y la sofocante incertidumbre que me hace no diferenciar la realidad del mundo de Morfeo. Me voy corriendo a la cocina, huyendo como si algo o alguien quisiese apresarme, con la esperanza de que un té bien caliente consiga socorrerme. Me agarro a la taza como si fuese el canto del precipicio al que intentan arrastrarme. Mis manos me arden, el té fluye por la fría garganta anegando de calor mis entrañas y mis ojos, en reflejo de mi mente, se abren de par en par en respuesta del cálido estímulo. Buscan la ventana con celeridad. Observo cada centímetro de la panorámica que me ofrece el ventanal. Mi corazón empieza a acelerarse. Suelto la taza de té. Me froto los ojos. Vuelvo a mirar. Me levanto. Corro de nuevo hacia el baño. Vuelvo a lavarme la cara. Abro la ventana, miro hacia la calle. Mi cara, seca, de repente, se inunda de lágrimas, ante unos ojos que, como si de un mecanismo de defensa se tratase, se empeñan en desbordar mi pupila para que no pueda ver nada a través de la intensa lluvia salada. Mis piernas me llevan de vuelta a la cama. Mientras que mi mente todavía está con la taza de té entre las manos, y mi corazón, intenta desesperadamente navegar entre el océano del baño. Quiero volver a dormirme, necesito dormirme aún corriendo el riesgo de caer en las más profundas pesadillas de nuevo. No será peor de lo que la realidad me ha deparado en esta fría mañana de diciembre. Saber que no puedo pellizcarme y despertarme al ver como en mi país se retrocede casi treinta años dilapidando el básico derecho a decidir de la mujer; ver como se prohíbe la libertad esencial de manifestarse; ver como los mercados determinan nuestra vida a su antojo; ver como la clase política se preocupa más por su bolsillo que por el interés público; ver como el fraude fiscal es el deporte nacional; ver como unos señores con sotana pretenden controlar y condicionar todo; ver como todavía se mantienen poderes divinos como la monarquía; ver como la dictadura se engalana con el esmoquin de la democracia; ver como la brecha social se agranda cada vez más; ver todo desde la ventana, querer saltar por ella para acabar con todo eso y sentirte impotente ante tales tropelías hacen que a veces cualquier otra pesadilla sea más apetecible que hacer frente a la realidad.
A pesar de todo, a pesar de que intenten amedrentarnos, no podemos dejar de creer, tenemos que luchar contra las pesadillas y contra la realidad, como bien dice Eduardo Galeano:
"Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable".
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