Desvelos de azahar




El aleteo del sol torna en dorados desvelos el cielo.
Con ternura amamanta de esperanzas del devenir.
Eterno vaivén de rubores que con tesón adornan el horizonte.
Pinceladas de blanca pureza que enarbolan,
con humildad, el entrelazo de las palabras.
Gritos que de firmeza colman las entrañas. 
Dunas engalanadas de mar.
La rosa de los vientos sonríe al pesar,
y la luna celebra el caminar.
Ríos de arena que calman la sed.
Almas con afán de ser.
Vidas que de ganas de vivir rebosan.
Ojos que con dulzura el mañana agasajan.



De qué sirve huir, gritar, ensalzar la ira, 
ensordeceder los llantos, asumir la rabia...
si tu sonrisa se convierte en remanso de la tempestad.
La vorágine de los vientos y el martilleo
de tu desvelo sirven de cuna a morfeo.
Fiereza onírica que con alboroto
golpea las almenaras de tú corazón ignoto.
Mares que a náufragos alimentan anhelos de amaneceres bravíos.
Miel que de luceros se engalanan para abrazar navíos.
Quietud en la penumbra del jazmín,
tres te quiero al alba,
y lágrimas que alegres se condenan a la ternura de tu carmín.



Y, de repente, ahí estás. 
Las nubes se tornan en luz y los soles celan la luna.
Me miras con tus manos mientras te beso con los ojos.
Despiertas sueños de lejanía 
en el regazo de tu sonrisa de larga letanía.
En las sombras de destellos al verte,
meces los desvelos de este corazón inerte.
Tus mejillas acunan al mas huérfano de los sentimientos.
Pasiones de dorados cabellos que enloquecen cualquier tormento.
En la lágrima del azahar, ahí estás.
Al anochecer del alba, ahí estás.
En los albores del mañana, ahí estás.
Y, de repente, ahí estás.

Argel, mayo de 2018

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