Caminar juntos



Como andaluz, alzo mi mano con afán de juramentar lo siguiente: no sobrevivo gracias al PER o subvención parecida, al igual que tampoco paso mis días bailando sevillanas o viendo Se llama copla en el bar. Debo reconocer en contraposición, que de vez en cuando cometo la osadía de dormir una tímida siesta y convierto a mi antojo el castellano en un perfecto andalú. Además de haber seguido durante más de un mes prensa de todos los colores: El Periódico, Público, El País, El Mundo, La Razón, ABC, La Vanguardia, Diari Ara, Le Monde, Libération, The Guardian, Financial Times, New York Times, Frankfurter Allgemeine Zeitung y un largo etcétera. Así pues, después de estas necesarias advertencias, aviso de que, ya que nadie comenta nada, me voy a atrever a opinar sobre Cataluña y/o Catalunya. Les prometo que seré muy breve. En un tiempo comprendido entre la duración de la declaración de la República Independiente de Cataluña y las aberrantes siestas andaluzas habrán acabado de leerme. 

Si hace casi dos años hablaba de cansancio (http://dondedalaluz.blogspot.com.es/2015/11/tozudez-institucional.html), hoy creo que la palabra que usaría sería idiotez. Supina, revulsiva, total y absoluta idiotez. Memez de los anti-españoles, imbecilidad de los anti-catalanes, sandez de los independentistas, majadería de los del 155. Torpeza inducida de Madrid y Barcelona. El flagrante hartazgo y fractura de la sociedad, además del descalabro económico, parece no hacer mella en aquellos Puigdemonts y Rajoys que babosean cada palabra de sus mártires. 

Quiero pensar que a nadie se le escapa que existe un problema. En eso no debe caber la menor duda. El sistema autonómico requiere de un remozado y las voces de los catalanes independentistas no son más que la punta del iceberg. Lo cual, a mi parecer, no sirve de excusa para legitimar la individualización del asunto, expresado en la unilateralidad de una anhelada y, prefabricada, independencia. Puesto que ese trozo de hielo, se llama España y contempla la totalidad de los españoles.Y no critico la nacionalidad catalana, faltaría más. Ataco el egoísmo con el que se pretende dinamitar siglos de construcción de una historia en la que, nos guste o no, el destino de Cataluña y España han sido uno. 

A veces creo que Puigdemont y demás cuenta con el tan acertado asesoramiento del glorioso y aclamado Trump. Es un sinsentido la desunión y el aislamiento internacional al que se vería condenada una hipotética Cataluña independiente. Bienvenido sea el nacionalismo cultural, pero seamos realistas, un muro social, económico y político no sería beneficioso para nadie. Podría parecer un argumento manido el de la «huida» de empresas hacia otras CCAA, pero no deja de ser una realidad que podría ir a más en el mundo imaginario de una Cataluña independiente. El tejido empresarial y económico catalán podría verse seriamente dañado, lo que incidirá directamente en el bienestar de quienes al final sufren más: la sociedad. Sólo espero que no vaya a más y debamos ir los andaluces y extremeños a levantar Cataluña, otra vez.

A lo largo del último año, (y si me apuran, años) se han cometido una ristra de errores garrafales que no han hecho más que avivar la llama del anti-España. La gestión del Gobierno de Rajoy ha sido, por norma general, nefasta. La tónica de no hacer nada y cruzarse de brazos sólo ha significado el aumento de la tozudez de Puigdemont, Junqueras y una parte de la sociedad catalana. Ahora, con las heridas del 1 de octubre aun abiertas, no es el momento de ser ambiguos, ni de encarcelar ni de aplicar el 155. Es tiempo de, dentro de la legalidad, dialogar. Cuando se acepta jugar, se aceptan las reglas del juego. Por mucho que no nos gusten estas, no podemos saltarlas a la torera. El respeto al Estado de Derecho debe ser básico en cualquier democracia. Existen mecanismos para modificar la Constitución. Este debe ser el objetivo. Con voluntad política, hacia una federación o hacia un nuevo sistema autonómico. Nadie dijo que fuese un camino fácil de recorrer, pero juntos, es posible.  








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