Tú, y tus biznagas
El
jazmín llora su suave perfume
mientras
la noche sonríe al horizonte.
El
alba del ánima
se
apresura a desvelarse.
Los
anocheceres de la lejanía
empiezan
a brotar en mis pupilas.
Estrellas
que fluyen por mis manos.
Sueños
que se pierden
en
los azahares de mi tierra.
Romeros
y lirios en flor
que
celan tu amor.
Bendita
tez de morena pureza.
Azules
galas vistes
para
deslumbrar al sol.
Altanería
dorada
de
tus humildes cabellos.
Lucero
que iluminas los pesares
e
inundas de esperanzas los valles.
En
las montañas de tu pecho
quisiera
yo quedarme,
para
no tener que despedirte,
y
odiarme.
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El
chirriar metálico resuella ya
dentro
de la impuesta burbuja.
El
lento caminar galantea
con
la melancolía de la travesía.
Impasibles,
nos enfrentamos
a
nuestro telos.
Los árboles cantan
en
su agónico balanceo.
El
manto de negrura acuna
con
terneza al llameante astro.
Las
hojas yacen
en
el suelo sin pasión.
El
gélido susurro
las
adormece con tesón.
Olivares,
encinas y pinares
aguantan
con orgullo y maestría.
Polvorientos
ríos
les
amamantan con cariño.
Morena
de dulce miel derramada
que
acoge mi andar.
Hoy,
te he dicho adiós.
Y, sin embargo, conmigo
siempre estás.
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