Simbólicamente, este 28 de febrero será el tercero que pase fuera de
Andalucía,
Alemania, República
Dominicana y Francia. Algo, que tristemente, les pasará a muchos de nuestros paisanos después
del estrepitoso y obligado éxodo de los últimos años.
Pero hoy no quiero hablar de esos jóvenes y no tan jóvenes aventureros que se
lanzaron y lanzan al extranjero en busca de andanzas a lo Indiana Jones, como
bien se atrevieron a señalar personalidades del gobierno. No es requisito
insalvable apuntar con el dedo y hundirlo en la llaga, porque si de algo nos
caracterizamos los andaluces, es que de la necesidad hemos hecho nuestra
principal virtud. No nos hace falta un 28 de febrero para celebrar nuestra
tierra, porque tenemos todo un año entero para hacerlo. Y ésta quiero que sea
la vértebra de este escrito, tenemos que olvidarnos de concentrar en una fecha
concreta todo aquello que debemos de festejar día tras día. Viene a ser lo
mismo con los cumpleaños, los san “valentines”, los días del padre, de la madre, de la abuela,
del perro, etc., tenemos que ser capaces de aplaudir diariamente nuestra vida,
nuestro amor, nuestros familiares y nuestras mascotas, y estaréis pensando
ahora mismo que vengo de pasar unos días en el Woodstock de los 60, pero
alejado de ensoñaciones, lo que quiero resaltar con mi ejemplo es que debemos
de darnos cuenta que cada jornada que nos levantamos de la cama, somos Andalucía.
Está bien tener una fecha concreta para
expresar con mayor garra si cabe todo lo que significa ser andaluz, y más
recordando el nacimiento de nuestra Autonomía allá por 1980, ratificando lo que
en primer lugar se inició
en 1883 en Antequera, con la Constitución Federal Andaluza, y que
posteriormente se afianzó
en la afamada Asamblea de Ronda de 1918, donde con Blas Infante a la cabeza se cimentaron
con más fuerza la voluntad de que Andalucía
se constituya como entidad política con capacidad de autogobierno, siendo además
la fecha donde quedaron fijados nuestra bandera y nuestro escudo. Un 28 de
febrero que hubiese sido imposible conseguir sin el crucial papel de los
andaluces y andaluzas. Debemos de sentirnos orgullosos de ser lo que somos.
Me
viene a la mente la frase de una canción que dice “quién no quiere a su patria
no quiere a su madre”, y no la recuerdo por el sentimiento de “patria”, el cual
sin razón, puede evocar a extremismos innecesarios, sino que pretendo resaltar
el verbo “querer” en esa frase. Somos muchos los andaluces y andaluzas que
alguna vez a lo largo de nuestra vida nos hemos sentido atacados, e incluso
avergonzados por, principalmente, nuestra forma de hablar o por el sinfín de
prejuicios que se nos pretenden achacar. Esto no nos puede llevar a renegar de donde venimos. Yo mismo he aprendido con el tiempo a
vencer ese miedo a hablar dando rienda suelta a mi lengua para que se pelee con
las “s” y las “c”, con las “ch”, con los plurales, y con el increíble número de
registros que ofrece nuestro andaluz. Eso sí, respetando las situaciones en las
que debe uno de dirigirse a un público, en el que probablemente no sean todos
andaluces y debes de intentar controlarte, para facilitar el correcto
entendimiento de lo que queremos transmitir. Aunque, inevitablemente, se nos
vea, orgullosamente, nuestra raíz andaluza. Y es que tenemos que tener claro
una cosa, no hablamos mal el español, si no que hablamos un perfecto andaluz.
Que le pregunten a Vicente Aleixandre o a Juan Ramón Jiménez, a Lorca,
Zambrano, Góngora, Cernuda, Machado, Alberti y maldita sea, a cualquiera que
haya soltado su primer llanto en nuestra tierra. Porque cada andaluz es bandera
de nuestra tierra, allá donde vayamos se nota nuestra presencia, dejamos huella
y engrandecemos nuestro nombre. Día tras día, jornal tras jornal, celebrémoslo. No hay cosa
más grande que encontrarte a otro andaluz fuera de Andalucía, y sin saber por
qué, al segundo es como si lo conocieses de toda la vida. A su vez, toda una
vida con amigos y familia que se convierten en la base de lo que somos. Para mí,
Andalucía es cada vez que mi abuela se lleva un trozo de pan a la boca, le
encanta el pan, los médicos le repiten una y otra vez que debe de dejar de comerlo,
a lo que ella siempre responde: “con el hambre y las ganas de pan que yo pasé
cuando era niña, a mi el pan no me lo quita ahora nadie”. Ella, la misma que escarbaba
en el huerto del vecino para conseguir un par de “papas” para comer durante la posguerra, la misma
que aprendió a leer y escribir con 80 años, la misma
que servía al señorito y que ahora ve como ella también puede comer todo
el pan que quiera. Andalucía, es asistir al jolgorio de los días en familia, institución
inquebrantable que adopta otro sentido de Despeñaperros para abajo. Andalucía, es
desgañitarse en la primera noche del año cantando el himno entre amigos. Andalucía, es ver el vaivén de mi
particular lirio. En definitiva, Andalucía somos nosotros y cada una de las
partes que nos han ayudado y ayudan a construir grano a grano la duna de
nuestra vida. Enarbolemos nuestro andalucismo, seamos ejemplo de convivencia
dentro de una España plurinacional y plurilingüe. Aprovechémonos de aquellos que pretenden
atacarnos con sus prejuicios, riámonos de los que quieran cohibirnos, esforcémonos
aun más duro para hacer crecer como se merece nuestra tierra. Porque si, tenemos
mucho trabajo que hacer todavía por delante. Y no me cabe la menor duda que ese
trabajo debe de residir en todos y cada uno de nosotros, pero también en la de
nuestros gobernantes. A menos de un mes de las elecciones al Parlamento de Andalucía
no puedo pasarlo por alto. Es necesario que acudamos a las urnas masivamente,
la abstención es el primero de los rivales a batir. Estudiemos tranquilamente
todas las opciones que se nos presentan y votemos con cabeza. El 22 de marzo
está en juego no solo los sillones del Hospital de las Cinco Llagas, sino también
nuestra dignidad, el pan de todos nuestros abuelos e hijos y el futuro de nuestra tierra.
Que no nos de miedo festejar día a día de dónde venimos, no tengamos temor por el futuro, nada podrá detener a ocho millones de andaluces y andaluzas marchando por el mismo objetivo, engrandecer Andalucía. Agarrémonos de las manos, y caminemos.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Antonio Machado
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